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En los pedregosos aleda?os de Pizzutello, la lluvia ha devuelto a laluz un cadáver con signos de haber sido ajusticiado por traición. Sinhuellas dactilares y con el rostro desfigurado,las características no se corresponden con las de ningún desaparecido. Y cuando Mim? Augello insiste de forma muy extra?a en hacerse cargodel caso personalmente, las alarmas de Montalbano se encienden. Pese a que los molestos achaques de la edad lo tienen algo embotado, suinfalible instinto lo lleva a no ceder las riendas y seguir adelantesin bajar la guardia. O tal vez el mejor estímulo sea la aparición enescena de Dolores Alfano, una mujer atractiva y seductora que denuncia la desaparición de su marido, de quien dejó de tener noticias pocoantes de que embarcara hacia Sudamérica. Así, de manera gradual y casi imperceptible, dos casos en apariencia distantes empiezan amezclarse, y Montalbano deberá devanarse los sesos y valerse de todosu ingenio para desvelar la trama oculta de una traicióninsospechada.En esta decimoséptima entrega encontramos a un Salvo Montalbano concierta tendencia a la misantropía, cada vez más entregado a susmomentos de soledad y a esos diálogos con su otro yo, que por unaparte lo agotan y por otra le se?alan el camino. Enga?ando a quien loenga?a, rebatiendo falsedades con nuevas falsedades, al final elverdadero temple del comisario resurgirá cuando renuncie a la gloriapor lealtad a quienes ama. Quizá la vida no sea tan absurda, despuésde todo.El campo del alfarero, o campo de sangre, es el lugar que compraronlos sacerdotes, a fin de dar sepultura a los forasteros, con lastreinta monedas de plata que Judas arrojó al suelo del templo antes de ahorcarse, desesperado por la magnitud de su traición.**según el Evangelio de san Mate